Érase una vez, un pequeño niño de un humilde pueblo, de cuyo nombre no recuerdo, que le gustaba mucho la Navidad. Deseaba en cada momento que llegara Papa Noel para recibir los mejores regalos que podía tener durante todo el año.
Sus compañeros escribían las cartas una o dos semanas antes de navidad, pero este niño llamado Lucas, escribía las cartas con dos o tres meses de antelación. ¡Increíble!
En el mes de octubre, Lucas ya tenía la carta preparada para Navidad y esperaba a Papa Noel con mucho entusiasmo y no había hecho más que guardar el bañador para el año próximo.
Su carta decía algo así:
“Querido Papa Noel.
Te escribo con mucho adelanto para que esta carta sea recibida de las primeras. Siempre me he portado lo mejor que he podido dentro de mis posibilidades, y el motivo de esta carta no es otro que pedirte mis deseos de navidad.
Quiero:
Un scalectrix con un coche rojo y otro verde.
Una Play Station 3.
Un Iphone 4s.
Un Ipad.
Un portátil de 17 pulgadas.
Una Xbox ya que pronto me aburriré de la Play nueva.
Una televisión de plasma de 52 pulgadas HD, para poder jugar con mis consolas.
Un DVD Blue-Ray para ver las mejores películas.
Eso es todo lo que quiero, se que puedes traerlo porque eres genial”.
El 25 de diciembre, Lucas se había levantado en la madrugada para ver y abrir todos sus esperados regalos. Para sorpresa de Lucas, ¡el Belén estaba vacío!
Era navidad, Papá Noel estaba trabajando en su fábrica del polo norte con sus enanitos como ayudantes. Estos eran pequeños e iban con traje verde y se encargaban de envolver los regalos, aquellos seleccionados por Papa Noel para los niños que se habían portado bien.
Entre este grupo de enanitos, había uno llamado Spenser que no le gustaba la navidad, estaba en contra de los regalos porque no entendía el por qué de ellos en una fiesta como esta.
NOTA: Se entiende que en esta fecha se entregan los regalos por Papa Noel, que recompensa a los niños que se hayan portado bien durante todo el año.
CAPÍTULO 2:
Spencer, un día decidió traicionar a Papa Noel, robándole todos sus regalos para que así, Papa Noel no pudiera hacer entrega de los mismos.
Cuando Papa Noel descubrió que los regalos no estaban en su despacho, se asustó mucho porque pensó que el fin de la Navidad estaba cerca, debido a que los niños no creerían en él, ya que no había regalos.
CAPÍTULO 3:
Papa Noel, descubrió a Spencer y su escondite donde había guardado todos los regalos que había robado. Spencer fue expulsado inmediatamente de la fábrica de Papa Noel y la Navidad llegó a ser como antes.
Todo volvió a la normalidad y Papa Noel pudo entregar los regalos a tiempo.
Hace poco tiempo en la foresta de un bosque volvió a llover y digo volver, porque hacía ya diez días que llovía sin parar. Los elfos estaban desesperados porque no había comida, no podían salir a cazar ni recolectar bayas, ni hongos y además, estaba siendo asolado el poblado por una ola de peste negra.
Muchos elfos estaban muriendo y se percibía un hedor a cuerpos, solo había una criatura posible para detener la furia de los cielos, el dragón oscuro de los vientos, podía escupir fuego al cielo y evaporar el agua.
El dragón tenía una larga cadena de espinas que le cubría la parte superior del torso. Por supuesto, era negro como las escamas que le cubrían el cuerpo. De hecho solo tenía blancos los afilados colmillos y el globo ocular y sus largas y negras alas eran muy similares a las de un murciélago.
¿Pero quién iba a llamarlo? Tenía que subir las escarpadas montañas, con la que estaba cayendo. Se reunió un consejo para elegir a alguien que se presentara a realizar la proeza.
-Yo- dijo una serena voz.
– ¿Quién ha dicho eso?- preguntó Sarahac, el jefe del consejo.
– Soy Armiser un simple campesino de la zona sur y además si no lo consigo, no perderéis ningún camarada- dijo el esbelto joven.
– No hijo- dijo la escandalosa voz de su madre y su padre al unísono.
– Tengo que hacerlo es mi deber en la vida- contestó con voz tranquilizadora Armiser.
Partió a la mañana siguiente cuando descubrió que había cesado un poco de llover y echó a correr.
Pegándose mucho a los robustos troncos de los robles para que el espeso follaje tapara las gotas que se precipitaban del cielo con gran furia, una gota en el ojo podría cegarle. Anduvo entre arbustos y florecillas que de las lluvias habían nacido.
Ando tanto que tuvo que parar a descansar en una roca que tenía un agujero, se acurrucó y se durmió. Al cabo de dos horas se despertó y tocó la roca y como era un elfo quería transmitirle su agradecimiento, pero la verdad era que no era lo que parecía, era una criatura de color anaranjado y la cara con aspecto de tigre pero de unas dimensiones asombrosas.
La criatura echó a correr tras Asmiser, pero parecía que los árboles querían salvar a el elfo porque le iban haciendo un pasillo que se cerraba tras él. Armiser no miró hacia delante, siempre miraba hacia detrás hasta que chocó contra una roca gigante. Era la entrada a la casa del dragón.
Armiser entró sigilosamente y le dijo al dragón:
– Hola amigo del bosque, tienes que ayudarme a salvar a mi pueblo.
– Lo haré, pero tú irás a mis lomos, – dijo la estrepitosa y grotesca voz del dragón.
Se pusieron en marcha. El dragón batió sus alas con fuerza y se alzó al viento, subió y subió hasta que lanzó una fuerte llamarada rompiendo las nubes y salvando al bosque. Pero cuando se dio cuenta de que Armiser no estaba, había caído y la había atravesado una rama.
Pero el bosque siempre lo recordó como el mayor héroe de todos los tiempos.
Para mí, los días lluviosos son los más tristes en los que no sé qué hacer. La verdad, es que parece ser que me afecta bastante.
Esa sensación de no poder ver el sol, me recuerda lo poco que apreciamos el amanecer de cada día, sin saber siquiera lo importante que es.
Aunque tampoco, un día lluvioso significa el fin del mundo. Porque no se puede tener todo lo que uno quiere, ya que sin lluvia el mundo sería muy distinto, y es que el verde que tanto me gusta, digo yo, que no sería tan verde.
Además, qué pasaría, si el aroma vivificante de un día lluvioso en el campo, entre otros, el perfume que desprende la tierra mojada, atrajese a los seres de los corazones de los bosques más intrincados, y si dejasen ver sus puntiagudos rasgos, tan solo por un día lluvioso. Aunque pienso que no nos deberíamos hacer demasiadas ilusiones, porque digo yo que deberían poder olerlos a distancia. Pero si eso ocurriese, ¿yo estaría más contento en un día lluvioso?
Lo que uno debería hacer, es no deprimirse en un día de lluvia, porque sin ella, todo sería distinto y agradecer que llueva. Ya que un día lluvioso es la media naranja de un día soleado, igual que el blanco y el negro, o lo sucio y lo limpio. Y es que los antónimos se necesitan unos a otros para existir, porque, ¿se puede limpiar algo si antes no está sucio? Además nosotros deberíamos saber disfrutarlo todo.
Os presento la república independiente de mi estuche. Está compuesta por el grupo de los lápices, al frente del poderoso lápiz azul: Alpinez. Después están los bolígrafos, que escriben muy bien, y además tratan amablemente a los demás, bueno solo a los que le interesan. Se guían por el gran Bictor, que tiene una nariz muy grande. Los rotuladores son muy tímidos, y siempre siguen a los bolis. También hay dos pegamentos, son muy fuertes y a cualquiera que se les oponga le dan un pegontoso lamentón y lo dejan para el arrastre. Las gomas por su parte si que son fornidas, y siempre se pelean con los lápices. Las dirige un tal Milanez. Por último, hay uno más: el sacapuntas, siempre está ocupado sacando punta, además es muy gruñón, porque siempre te amenaza con lo de «que te rajo». Todos parecen unos políticos corruptos, pero en el fondo todos quieren lo mismo: un estuche mejor para todos, aunque todos quieren ser el presidente, se arma un lío tremendo.
Menos mal, que hace tiempo decidió organizar un gran congreso en el que decidimos qué grupo de utensilios serán los presidentes. Los pegamentos serán «los seguratas» ya que se puede armar un lío tremendo, mientras que el sacapunta Gruñez será el juez (en realidad soy yo, aunque a él le hacía mucha ilusión, y no tengo tiritas de más).
-¡Nosotros éramos los presidentes! – exclamaban los bolis.
-¡No, lo seremos nosotros!- contratacaban los lápices.
– Estamos a la entrada del casillero, donde celebraremos el congreso, y los nervios están por los aires….
Ya han presentado su candidatura todos los utensilios, y los nervios van a llegar a Urano dentro de poco, menos mal que los pegamentos Pegez y Pegaz están aquí.
Por cierto, ¿sabiáis que mi madre es psicóloga, y me ha enseñado a detectar las mentiras que dicen mis utensilios? Y ahora mismo están diciendo algunas pequeñas mentiras para salir disidentes, y es que para ser un buen político no hay que decir ninguna mentira… Hay que acabar con esto.
¡¡¡BASTA!!! – exclamó de repente.- ¡Dejaos de tonterías y escuchadme!: Se me ha ocurrido una idea, veréis…
Desde que les conté mi idea, todo va mucho mejor, y desde que formamos las concejalías, no hay peleas ni mentiras.