En todos los bosques del planeta, los pocos que quedan, viven una serie de extrañas criaturas. El murmullo de las hojas al mecerse con suavidad, gracias al viento, puede que no sea tal. Esa gran mariposa que despliega sus bellas alas puede ser una pequeña hada. Esos matorrales que se mueven y pensamos que son jabalíes o lagartijas, tal vez sean curiosos elfos o enanos, pero nunca nos atrevemos a mirar.
Ese animal que se cruza con fuerza ante nosotros cuando estamos maltratando el bosque, puede ser un elemental mandado por el rey del bosque el árbol más longevo de todos, se cuenta que ese árbol desprende una gran energía. La fuerza de la vida.
Al llegar a la clase de informática, nos inundaron unas notas musicales deliciosas provinientes de algún instrumento de aire.
Una vez que habíamos atravesado la sala, vimos en el pasillo, seguida de una senda de bichos malignos dormidos, a nuestra «profe» de música, Elena, tocando una flauta mucho más larga que una normal, y que me recordó a las flautas élficas. Pero ella no nos vio.
Cuando nos disponíamos a bajar las escaleras, miré por la ventana, y vi a Ana, la maestra de Arte en el patio, liderando de forma heróica un batallón de hombrecillos de arcilla, y entonces supe que teníamos que hacer algo por nuestro «cole».
Y así, de súbito, me vino a la cabeza la idea de que desde la ventana de la clase de música podríamos atraer al dominio jefe y así asestarle un «mamporrazo» mortal. Le expliqué mis planes a David, pero él me dijo que al bicharraco aquel no se le podía matar de un golpe. Tenía razón, de modo que pensé, y recordé el proverbio egipcio: «si conoces el nombre de las cosas, tienes poder sobre ellos». Le conté a mi «compi» mis nuevos planes, él asintió.
Una vez en la ventana, nos dedicamos a pensar en el nombre del demonio, eso sí, después de observar la épica batalla entre el demonio jefe y Rosi, nuestra «dire», que ahora tenía pinta de Dumbledore.
¿Cuál podría ser?, hum.. Y entonces, se me ocurrió una idea: le pregunté a David, qué le parecía el día de hoy. Lo meditó mucho. Hoy había sido entretenida, pero el «cole» estaba a punto de ser destruido. De modo que me repondió:
– Un día aciago.- Asentí, y entonces, arrojé mis dos espadas al demonio, que le acertaron en el brazo. Este se encaró hacia nosotros, y dijo:
– Yo soy el Caos, y vengo a destruirlo todo.
– ¡Oh,encantador!- replicó David.
Mientras yo, con nervios de acero, le respondí:
-¡Yo te nombro por tu nombre secreto, Día Aciago, y te ordeno que te…- David terminó la frase.
-¡…vayas a la «m» y no vuelvas jamás! si no…- se crujió los dedos.
La verdad, su frase fue un tanto fuera de lugar, pero bastó como para finalizar el día más corriente en el cole.
Me lancé hacia los bicharracos enormes y monstruosos que parecían poder mover los pilares de Notre Dame. Todo ocurrió muy rápido; mi compañero hizo estallar en llamas a su adversario, y yo, pues bueno, ya sabéis…
Como nos venía de perlas, subimos las escaleras hacia las aulas de infantil. Allí, nos metimos en una clase que tenía vistas al patio; allí un personaje con el pelo pincho se había atrincherado en una esquina y chutaba balones con una potencia y velocidad descomunales. Mientras que otro, en la puerta del aulario, lanzaba lápices a reacción y se parecía mucho a Tintín.
Entonces pensamos: «si en el patio no estaba el jefe de aquella «marabunta», ¿dónde estaba?»
Exacto, en el jardín. La forma más segura de llegar sería atravesando la casa.
Cuando nos encaminábamos, escuchamos a alquien en una de las clases hablando en un idioma parecido al inglés, y que explicaba algo similar a mis deberes de inglés, lo cual hacía enloquecer a los monstruos, puesto que algunos se tiraban por la ventana.
Más no pudo terminar porque al escuchar unos alaridos atronadores, nos dijo:
– Esperad aquí, y no os mováis; y dicho esto cogió, y con dos bolas de fuego en las manos, salió de la habitación.
Mientras tanto, nosotros dos nos quedamos mirándonos el uno al otro, y así al final nos quedamos mirando nuestros bolígrafos (casualmente los teníamos en la mano). A mí siempre me han gustado la astucia y la agilidad élficos, por eso pensé con todas mis fuerzas en una espada élfica, y mis dos «bolis» se transformaron en dos espadas curvas idénticas, mientras que a mi amigo se le veía ahora con un espadón de fuego enorme.
– No ha estado mal-, dijimos al unísono. La verdad, si fuesemos listos, nos hubieramos quedado en el rinconcito, pero a mí no me miréis, pues fue David el que salió primero, con un terrrible grito ensordecedor.
Pensé «se va a matar», pero bueno, no podía dejar que él se llevase toda la gloria de una muerte honorosa, ¿no? De modo que respiré hondo y…
Los días en el cole están bien: juego y estudio. Que sí, que no, bin, ban, si, normales. Hasta que un día cambió todo, y ¡toma!, fuera normalidad. Y…, bueno, tan solo hace unos días de eso, pero… ahí va:
Un día en el cole, a las once menos cuarto, nuestros «profes» dieron la alerta de que la puerta principal había estallado en pedazos por un extraño fogonazo, o por los menos, eso oímos David y yo, que volvíamos del baño en dirección a clase.
Cuando íbamos a abrir la puerta, por la ventana trasera vimos la clase vacía, a excepción de nuestra profesora, que tenía pinta de haber hecho algo importante. Cuando nos vio, maldeció por lo «bajini» y caminó hacia nosotros, nos cogió de la mano y nos condujo hasta el baño. Allí, en un rincón, se acuclilló junto a nosotros (seguramente pareceríamos dos cachorros asustados), suspiró, y susurró:
– Bien, es el momento,-ahora hablaba más alto- os preguntareís el por qué de algunas cosas, como por ejemplo por qué la mitad del tiempo que estaís aquí tenéis clases normales y la otra mitad clases rarísimas…-
Y así estuvo media hora explicándonos que poseíamos el don de la magia, que la mitad rara de las clases eran, sin saberlo, de magia egipcia, que todos los «profes» eran magos, que nuestros «bolis» eran báculos mágicos, y cosas así. Vamos nada, nada.