Me lancé hacia los bicharracos enormes y monstruosos que parecían poder mover los pilares de Notre Dame. Todo ocurrió muy rápido; mi compañero hizo estallar en llamas a su adversario, y yo, pues bueno, ya sabéis…
Como nos venía de perlas, subimos las escaleras hacia las aulas de infantil. Allí, nos metimos en una clase que tenía vistas al patio; allí un personaje con el pelo pincho se había atrincherado en una esquina y chutaba balones con una potencia y velocidad descomunales. Mientras que otro, en la puerta del aulario, lanzaba lápices a reacción y se parecía mucho a Tintín.
Entonces pensamos: «si en el patio no estaba el jefe de aquella «marabunta», ¿dónde estaba?»
Exacto, en el jardín. La forma más segura de llegar sería atravesando la casa.
Cuando nos encaminábamos, escuchamos a alquien en una de las clases hablando en un idioma parecido al inglés, y que explicaba algo similar a mis deberes de inglés, lo cual hacía enloquecer a los monstruos, puesto que algunos se tiraban por la ventana.
CONTINUARÁ…
JAVIER.