Los días en el cole están bien: juego y estudio. Que sí, que no, bin, ban, si, normales. Hasta que un día cambió todo, y ¡toma!, fuera normalidad. Y…, bueno, tan solo hace unos días de eso, pero… ahí va:
Un día en el cole, a las once menos cuarto, nuestros «profes» dieron la alerta de que la puerta principal había estallado en pedazos por un extraño fogonazo, o por los menos, eso oímos David y yo, que volvíamos del baño en dirección a clase.
Cuando íbamos a abrir la puerta, por la ventana trasera vimos la clase vacía, a excepción de nuestra profesora, que tenía pinta de haber hecho algo importante. Cuando nos vio, maldeció por lo «bajini» y caminó hacia nosotros, nos cogió de la mano y nos condujo hasta el baño. Allí, en un rincón, se acuclilló junto a nosotros (seguramente pareceríamos dos cachorros asustados), suspiró, y susurró:
– Bien, es el momento,-ahora hablaba más alto- os preguntareís el por qué de algunas cosas, como por ejemplo por qué la mitad del tiempo que estaís aquí tenéis clases normales y la otra mitad clases rarísimas…-
Y así estuvo media hora explicándonos que poseíamos el don de la magia, que la mitad rara de las clases eran, sin saberlo, de magia egipcia, que todos los «profes» eran magos, que nuestros «bolis» eran báculos mágicos, y cosas así. Vamos nada, nada.
CONTINUARÁ…
JAVIER.