«El lugar más bonito del mundo» siempre es aquel lugar donde una persona se ha sentido más querida.
La historia del libro trata de Juan, un niño de siete años que vive en Guatemala. Abandonado abruptamente por su madre es acogido por la abuela, que es muy pobre, aunque tiene una casita propia.
Juan aprende el oficio de limpiabotas, trabaja mucho y gana dinero, pero quiere hacer algo más que limpiar zapatos, es inteligente, quiere progresar, aprender a leer, ir a la escuela, quizá más adelante ir a la universidad. La abuela se siente muy orgullosa de su nieto y le explica cuál es para ella el lugar más bonito del mundo.
Ella no sabe leer. Lo lleva hasta la Oficina de Turismo y se para ante una foto de San Pablo en donde vivían. En la foto se ven las casas del pueblo, unas rosas, otras azul turquesa y algunas verde pálido, detrás de ellas el lago azul y los volcanes y los montes escarpados. Pero dejemos el último diálogo entre la abuela y el nieto:
“La abuela miró lo que estaba escrito debajo de la fotografía, luego lo tocó con la mano.
-¿Qué dice aquí?- preguntó.
Se lo leí;
-El Lugar Más Bonito del Mundo.
La abuela pareció sorprenderse.
Y yo empecé a pensar si de verdad San Pablo sería el lugar más bonito del mundo. No estaba seguro de si la abuela habría estado en algún otro lugar, pero aún así, pensé que ella sabría si lo era.
-Abuela, ¿lo es?- pregunté.
-¿Es qué?
-¿Es San Pablo el lugar más bonito del mundo?
La abuela me miró pensativa:
-El lugar más bonito del mundo puede ser cualquiera- me respondió.
-¿Cualquiera?- repetí.
-Cualquiera en el que puedas llevar la cabeza alta y en el que te puedas mostrar orgulloso de ti mismo.
-Sí- asentí.
Pero me quedé pensando que allí hay alguien a quien se quiere muchísimo y donde hay alguien que nos quiere de veras, ése sí que es «el lugar más bonito del mundo”.
Y lloré, lloré como un mantequita, blandito, lloroncito, flancito.