El viaje de ida transcurrió con total normalidad y tranquilidad, tanto que algunos aprovecharon para dar una cabezadita antes de llegar. Una vez bajamos el equipaje, nos fuimos al albergue y nos distribuimos en las habitaciones tal como se habían organizado (aunque algunos y algunas, por diferentes motivos, terminaron cambiándose de habitación). Se pasó un tiempo con la emoción de la distribución de camas, colocar la ropa, conocer las otras habitaciones, etc. Ya en la plaza del pueblo, se comunicó al gran grupo las normas para estar en el albergue, comedor, aseos, así como el recordatorio de la educación vial para desplazarnos por la localidad. Quedaron impresionados por la leyenda del castaño de indias transformado y llamado «tragalotodo», pedid que os la narren.
Almuerzo.
Por equipos, nos distribuimos un plano callejero de la localidad, hay que buscar lugares emblemáticos: la alcazaba (leyenda de su puerta secreta por donde se salía en caso de asedio), la iglesia, el palacio de los Segura y su explicación, etc. La actividad gustó mucho, buscar y localizar en el plano, seguir las indicaciones, encontrar el lugar.
Tomamos la merienda en la plaza del pueblo y nos dirigimos a las instalaciones del colegio, donde pudimos hacer juegos de malabares y populares.
Llegó el momento de la ducha, en el que tuvimos que «batallar» para que todo el mundo se duchara, no valía decir «¡yo me duché ayer en mi casa!».
Cena.
Nos abrigamos para la velada terrorífica. Algunos y algunas optaron por quedarse en el albergue: ¿sueño? ¿miedo? Así que Laura fue «castigada» sin velada misteriosa y Juanjo, Jaime y Alberto acompañaron al gran grupo.
Sobre las once de la noche se planteó un juego, el elegido o la elegida, participaría en la actividad de luchar contra los miedos.
Entramos muy despacito para no llamar la atención de los espíritus del castillo y nos sentamos en el patio de armas para contar historias de miedo. Había otro grupo que contaba otras historias, chistes, etc. De los veinte participantes, sólo dos consiguieron el premio: entrar en la torre del castillo. Allí fueron entrando, se fueron sentando en las distintos espacios, con la única luz de la vela que llevaban en sus manos, en silencio… «Los sonidos de maderas cayendo dentro de la torre hacían gritar a los que estaban fuera, y la respiración de los espíritus hacía temblar la voz de los que estaban dentro». Una vez acabó el juego, todo el que quiso, subió a la torre para comprobar el riesgo y el valor de los elegidos.
Regresamos al albergue, y aunque ellos hubieran seguido la juerga, tenían que dormir. ¡Nos esperaba un duro día!
Juanjo y Laura