Después de una noche estupenda, en la que pudimos dormir a pierna suelta (jajajaja), y un desayuno energético, nos preparamos para nuestra excursión a la atalaya del Salar: gorra, crema solar, tente-empie, bañador, toalla y agua.
¡Comienza la aventura! Hacemos un recorrido pintoresco por el pueblo hasta llegar al camino que nos conduciría a la atalaya. Durante el recorrido a pie, por supuesto, tuvimos la oportunidad de admirar el paisaje, pasamos por la ermita de San Antón (explicación incluida) ubicarnos, reconocer montañas y diferentes elementos del paisaje con la explicación a cargo del grupo que la trabajó, así como observar la fauna del lugar (lo que más llamó su atención era los buitres que sobrevolaban la zona). Por fin se veía la atalaya, a lo lejos podíamos distinguir los destellos del yeso, que hacían de ésta caminata un momento maravilloso. En esta ocasión, los ánimos y las fuerzas de la mayoría del personal, nos impidieron llegar hasta ella. Así que algunos se quedaron con ganas de coger yeso, pero si tuvieron una buena explicación de lo que era una atalaya y su función.
Ahora tocaba volver, la piscina de Fuencaliente nos esperaba, pero las fuerzas flaqueaban (y eso que no habíamos hecho ni la mitad del recorrido). Nuestro compañero Pablo L. nos amenizó el trayecto con su paso del «pavo», que todos acabamos haciendo y riéndonos de tan absurda situación ¡EN MITAD DEL CAMPO IMITANDO UN PAVO!!! JAJAJAJAJAJA
Una vez allí…¡a comer! Devoraban los bocatas de tortilla, hacían el vacío en las botellas de agua y reponían energías con un rico plátano para volver al agua. Llega la hora de los juegos, y al mismo tiempo que unos jugaban en el césped al juego estrella de este viaje «el conejo de la suerte» (para eso no había que organizarlos, ellos solitos lo hacían muy bien), otros disfrutaban de sus habilidades con los palos chinos, los diabolos, las cariocas, bolas… Llegó el momento de bañarse, para esto tampoco hubo que organizarlos!!! Sin saber muy bien cómo, nos encontramos con una marabunta de niños con el bañador puesto preguntando ¿nos podemos bañar? Ante esta organización impoluta, nuestra respuesta no podía ser otra. Después de un fresquito baño junto a los barbos (la condición era que había que lavarse el pelo) y una energética merienda, llega le momento de regresar al albergue y, con él, el de revisar toda la instalación de la piscina recogiendo calcetines, gorras, toallas y cremas olvidadas. Una vez preparados para el regreso, se nos explicó al grupo el origen de Fuencaliente, así como la ubicación de Orce y su comarca. El camino de regreso, a pesar de ser largo, fue muy ameno y llevadero a compañado de anécdotas, chistes, canciones, etc.
Otra vez momento ducha, pero esta vez ¡con lavado de cabeza incluído! Los turnos fueron más eficaces, ya se habían organizado la noche anterior, y ahora sí les pedimos ¡10 minutos para ducharnos! El día de antes tuvimos que hacerlo a las 2 de la madrugada, cuando ya todos dormían. Cuando nos disponíamos a darnos una buena y relajante ducha… nooooooo!!!! Había llegado la hora de cenar, así que la mitad de nosotros no pudimos ducharnos tuvimos que hacerlo mientras ellos cenaban, y luego cenar como los pavos porque ellos no tienen espera!!!
Bajamos a cenar y… ¡sorpresa! Empiezan las primeras cabezadas en la mesa, los primeros ojos entornados y los bostezos más grandes que podáis imaginar. A pesar de ello, se espabilaron cuando contamos la velada en la plaza, y estuvimos allí hasta las doce de la noche. Pero vuestros hijos no perdonan, y ahora querían la fiesta de chuches. Se organizaron fiestas en las habitaciones, que terminaron convirtiéndose en auténticas «discotecas» (luces apagadas, luz de linterna, muuuuucha gente y música en un altavoz).
Cuando el reloj marcó la una y media de la madrugada, cerramos el chiringuito y… a dormir!
Bueno, ellos que podían, porque otros tuvimos que recorrer las habitaciones de los niños en busca de cama libre pues las nuestras habían sido invadidas por algunos de ellos.
Una vez encontramos hueco….. shhhhhhh!!!!! a dormir.