Como todos los años, al comienzo de curso realizamos el autorretrato. Uno de los objetivos de esta actividad es el dibujo del rostro humano. Les pedimos a los alumnos que la imagen que dibujen se parezca a ellos, deben hacer un esfuerzo para dibujar un rostro diferente a los personajes que suelen dibujar. Los más pequeños pasan un rato mirándose al espejo reconociendo sus características físicas.
Sus planteamientos gráficos van evolucionando a lo largo de los cursos de primaria. Ensayan diversas formas de hacer las diferentes partes del rostro. Lo más difícil es hacer la nariz, por eso muchos de ellos la omiten.
Tengo una carpeta donde cada curso voy guardando sus trabajos. Cuando llegan a sexto les devuelvo sus autorretratos. El fruto del trabajo y de su evolución queda plasmado en una composición que les demuestra que ha valido la pena el trabajo de cada año.
Con todo lo que os he referido abordamos la parte de la técnica, aquella que nos lleva a poder dibujar un rostro humano. Pero esta experiencia tiene otro trasfondo, quizás tan interesante e incluso más inquietante que es el autoconocimiento.
Reconocer y aceptar nuestras características físicas es una tarea que a lo largo de los años va tomando diversas connotaciones. En el primer curso la actividad fluye sin problema. En segundo les pedimos que completen el trabajo con una descripción de cómo son ellos, sus gustos, sus preferencias, sus miedos…
Integrar nuestro exterior y nuestro interior no es tarea fácil en este camino del autoconocimiento. Cuando al grupo de sexto les reparto los trabajos que hicieron y les voy leyendo lo que escribieron, es sorprendente cómo transcurridos cuatro años desde entonces, la mayoría se reconocen.
Quizás como consecuencia de ser más conscientes de sí mismos, cada año les surgen más inseguridades. Tercero es un curso intermedio en el que alternamos estados de aceptación y de negación de lo que somos. Si no acepto mi color de piel no lo pinto y si estoy inseguro mi trazo será muy tenue.
A partir de cuarto, comienzan una etapa en la que quieren que sus dibujos se parezcan a la realidad. Aportarles una foto de su rostro atenúa las inseguridades.
En quinto antes de comenzar dibujaron sus miedos, como un acto de soltarlos en el papel.
Potenciamos la actividad con la realización de la simetría de una parte del rostro.
En sexto curso se produce una explosión de emociones. En primer lugar cuando les tomo las fotos, necesitan comprobar que han salido bien en ellas. Y luego cuando se las reparto muchos las ponen boca abajo y comienzan a ponerse defectos.
» La foto de un instante, no nos representa» , les digo para calmarles. «No vamos por la vida con cara de fotografía. Somos también la forma como nos expresamos, como sonreímos, como gesticulamos…» Estas reflexiones les calma y se ponen a trabajar afrontando el miedo de no hacerlo con las expectativas que ya tienen a esta edad.
Cuando acaban les reparto unos acetatos para que dibujen el otro de sus compañeros. Esto les relaja y les divierte.
Es como si dejáramos el espejo en el que hasta ahora nos habíamos mirado y mirásemos al otro. «Dejar los espejos, mirad los cristales» Es muy significativa esta frase que escuché en una canción. El camino del autoconocimiento es una tarea imprescindible, pero ese camino no estaría completo sin tener en cuenta al otro y más en estas edades en las que lo que reflejan los demás de mí, y lo que reflejo yo en los demás, es determinante en el desarrollo de la autoestima.
En tercero quisimos dar un paso en esta dirección. Cada alumno eligió a otro de la clase que no conocía bien y por lo tanto le gustaría conocer. En el espejo convertido en cristal aparecería el rostro de ese compañero o compañera. Hicieron una composición reflejando esta situación.
Ana Martín